jueves, 27 de mayo de 2010

Prueba de motos: BMW R1200 GS 2010.

Pues nada, hoy os hago llegar algo que siempre había querido hacer: compartir mis impresiones tras probar una moto. Soy un pésimo piloto y un escritor mediocre (siendo optimista), pero me considero un usuario normal de moto, así que mis impresiones tal vez os ayuden a comprender lo que un motero del montón puede sentir al probar una moto.

Con motivo de BMW Test Ride 2.010, me pude inscribir para probar esta BMW R 1200 GS, modelo 2010. Con respecto a la que había probado en el 2.008, varía la culata del motor, para albergar las más modernas, provenientes de los modelos deportivos de la marca. Se anuncian 10 Cv más (ahora 110) y más suavidad a bajas vueltas. Tal vez lo único criticable realmente de la moto que probé en el 2.008 era ese tacto de motor boxer, que hace desagradable la conducción en lo más profundo del cuenta rpm. Ahí, por mi forma de conducir, necesito motores suaves, y eso fue lo que menos me gustó de aquella alemana. Paracía un tractorcito, con tanta vibración y tanto bamboleo por sus enormes pistonadas.



Y tras la prueba del modelo 2.010, puedo corroborar que esto ya está solucionado. Sin ser tan suave como una Varadero 1000, por fin es un motor utilizable a bajas vueltas. De los 10 cvs extras, poco puedo decir... no los noté en la breve prueba, aunque no creo que hicieran falta. Por lo demás, el motor tiene el típico balanceo en parado al acelerar... ¡los motores boxer son así! Por cierto, que intimida un poco la anchura de sus perolos para ratonear en ciudad, no es moto para andar ratoneando entre coches y atascos.



Del chasis, poco puedo decir... ¡que es la pera limonera! Manejable, se siente muy, muy ligera, frena estupendamente (así como el triple mejor que mi Varadero) y gracias al Telelever delantero, no se hunde nada en las frenadas. En serio, ese chasis está 2 pasos por delante del resto. ¿Por lo demás? Pues es bastante cómoda, de manillar muy ancho, que ayuda mucho y a mi personalmente me encantan los manillares anchos. Asiento muy cómodo, aunque ligeramente alto. No es mucho problema, pues es blanda de suspensiones y baja un poco. Aunque mi 1,87 de estatura ayuda en este sentido, eh...

De estética poco os puedo decir, eso va en cuestión de gustos, pero hay detalles mejorables... como el mando de intermitentes típico de BMW al que en 20 minutos no te acostumbras (aunque me dicen usuarios de BMW que en pocos días te haces). Otros detalles en cambio te dejan impresionado... como que desde el cuadro de mandos puedes saber las presiones de las ruedas... toma detallazo (aunque esto seguro que es un extra y no barato, que ya sabemos cómo se las gasta BMW...)

Conclusión: ha mejorado la GS donde tenía que hacerlo (motor) y sigue siendo la misma donde tenía que serlo (chasis). ¿Lo malo...? El precio: no lo pongo por no asustar al personal, pero por lo que vale una de estas, me compro una Varadero 1000 y un megascooter para ciudad.

Posdata: ¡el de las fotos soy yo!

lunes, 24 de mayo de 2010

2001: Una odisea del espacio

Tras este título, se esconde la (probablemente) mejor película de ciencia-ficción de todos los tiempo. Y punto. Tras esta frase, que parece la (probablemente) mayor exageración de este blog, voy a intentar explicaros qué es esta película, qué cuenta y cómo está hecha.



Dirigida por Stanley Kubrick, un genio del séptimo arte (La chaqueta metálica, la naranja metálica, Espartaco, El resplandor, etc) en los albores de los 70, e interpretada por... ¿a quien le importa? No conozco película con menos personajes principales, a excepción tal vez de un ordenador (HAL 9000) cuya única imagen visible es un ojo, redondo, brillante y rojo.


La película narra 4 capítulos de la historia de la humanidad, con un estilo narrativo sosegado, tranquilo, basado en la fuerza de la imagen y la banda sonora (el "Also sprach Zarathustra" de Strauss es para mear y no echar gota...) que crean una atmósfera densa y visualmente penetrante de que la es difícil escapar... En su momento dejó una gran huella en los espectadores, porque ponía encima de la mesa el tema de los extraterrestres y de la evolución humana, todo ello mezclado y con una visión muy particular.


Desde el punto de vista técnico es exquisita, sin duda. De imágenes perfeccionistas y efectos especiales que aun hoy dejan boquiabiertos (existen juegos de cámaras dignos de recibir por si solos un Oscar), ha sido capaz de generar iconos visuales para generaciones posteriores, como los planos de las naves espaciales o ciertas tomas de los monos al inicio.


Clasificarla sería un fracaso. Es una obra de arte en movimiento, la unión perfecta entre filosofía y ciencia-ficción, que no debería faltar en ninguna cineteca. No existe genero para ella. Ella es en si misma un género.

martes, 11 de mayo de 2010

Un instante de gloria

Tenía 16 años... ¿o tal vez 17?. Amaneció un día de esos típicos de verano. Limpio, sereno, silencioso. Tal vez intuyó lo que ocurriría a lo largo del día y quiso darse el sol un momento de tranquilidad. Yo me levanté con él, sin imaginar la extraordinaria aventura que viviríamos juntos.

No tenía nada que hacer, salvo levantarme. El día anterior se lo había dedicado a mi chica y estaba notablemente cansado. Vaya... mi chica... aún me tiembla la voz al recordarla. 110 kilogramos de metal y plástico japonés, de nombre Honda CRM 75 R. Extraña nomenclatura para definir a quien me hizo tan feliz durante mis años mozos. Ojalá ella fuera tan feliz a mi lado, como yo lo fui al suyo.

Brinqué de la cama temprano, dispuesto a desayunar raudo, pues en un arranque de imaginación (ja), había decidido ir a la gasolinera del pueblo cercano a llenar el depósito de mi pequeña y de paso, asegurarme que la revisión aplicada el día anterior había sido satisfactoria. No había ningún misterio en el plan. Pero es de los planes vanales, de donde surgen las mas fascinantes historias.

No había hecho más que cerrar el depósito de mi moto, ya en la gasolinera, cuando aparecieron ellos. Él, joven o por lo menos tanto como yo, con un casco negro mate sin decoración alguna. Ella, la rival natural de mi moto: una Yamaha DT 80 LC. Negra. Brillante. Desafiante. Durante años, los jóvenes de este pais éramos de Honda o de Yamaha. Había 2 bandos irreconciliables que alimentados por las revistas de la época, militábamos en uno u otro bando en función de la moto que poseíamos.

No hubo más que un leve cruce de miradas. El chaval de la otra moto se enfundó el casco, la arrancó velozmente y dió un par de acelerones secos en vació. Quería guerra. No había duda. Y la iba a tener... Salimos cual alma que lleva el diablo de la gasolinera, con ligera ventaja de mi oponente. Ahí noté cierta experiencia en él. Me temblaron la piernas, pues sospeché que no era la primera vez que él hacía esto. Pero me tranquilicé pensando que entre mis piernas tenía la mejor moto del mundo. Vale, solo yo lo pensaba en este universo, pero ¿necesita algo más un adolescente?

De los siguientes kilómetros recuerdo poco. Sólo que no era capaz de alcanzarle por mucho que lo intentara. Aproveché la relativa tranquilidad que proporciona seguir una rueda y no ir marcando el paso, para recordar las revistas que hablaban de nuestras motos. Sus pros y sus contras se amontonaban en mi cabeza, tratando de ordenar y asimilar tanta información. ¡Eureka!. Había algo que me daría la victoria. Pero solo había un punto del recorrido donde podría aprovecharlo.

Nuestra carrera terminaba en el siguiente pueblo, al que se llegaba tras una pequeña recta, precedida de una sucesión de curvas de amplio radio. Analicé la estrategia a seguir. Era suicida, no cabía otra palabra para definirla. Pero en su momento y bajo la mente enferma de un chaval, era la única opción. Recordada, de leerlo una y mil veces, que mi moto tenía un pequeño extra de potencia en la mismísima zona roja del cuentarrevoluciones. Y decidí explotarla en mi propio beneficio.

Llegamos a la zona de curvas mencionada y me pegué como una lapa a la rueda de mi rival. Ya conocía su forma de trazar y no me costó. ¡Pero qué bien trazaba ese chaval!. Cinco minutos tras él me enseñaron muchas cosas. Pero yo le iba a enseñar otra muy, muy valiosa. Justo en la última curva que precedía a la recta final, me acerqué a un mas para salir tras él. Y así lo hice. Subímos a 5ª marcha. Y cuando había que subir hasta 6ª, me encomendé a San Angel Nieto y me hice a un lado para poder adelantarlo... o al menos intentarlo. Subí de vueltas a mi Honda como nuca había hecho (y nunca volvería a hacer). Ahí arriba había un extra de potencia que era mío y solo mío.

El proceso de rebasarlo fue lento... muy lento... Giré mi cabeza mientras lo hacía, y vi a mi rival totalmente tumbado en su moto, mirándome fijamente, como buscando la explicación a esa situación. Su moto no tenía ese extra de potencia, que hacía volverse loca a la 5ª marcha. Estábamos ya muy cerca del pueblo, cuando hubo que meter la 6ª marcha. Pero para ese momento yo ya estaba por delante de él. Exhausto yo. Exhausta ella, mi niña, mi japonesa, mi Honda.

Entramos al pueblo y todo había acabado. Paramos uno al lado del otro, pero no demasiado cerca. Se levantó la visera de su caso. Tenía la mirada perdida. Tardaría un tiempo en asimilar lo ocurrido. Partió tranquilo. No recuerdo bien qué hice despues. De hecho, el resto del día parece perdido en mi memoria. Me había entregado al 100% esa mañana. Le había pedido el 110% a mi moto y me lo había dado. Acaricié su depósito. Blanco y brillante como una perla que acaba de ser bendecida por la luz del mediodía.

Nunca más hice una locura de esas. Arriesgué mi vida y la mecánica de mi moto. No me culpéis. Era joven. Estúpido. Ignorante. Tenía 16 años... ¿o tal vez 17?.